jueves, 1 de diciembre de 2016

NERVO

LOS CUENTOS DE AMADO NERVO

NERVO Y LOS FILISTEOS
De la misma manera que su poesía, la prosa narrativa de Amado Nervo (1870-1919) representa un afanoso compromiso entre el exigente arte modernista y las restringidas luces del público al que el autor se dirigía en los últimos lustros del siglo XIX y los primeros del XX.
Era un público mayoritariamente femenino, con escasa escolaridad pese a sus pretensiones de mediana o mayor riqueza, a caballo entre la cultura católica más tradicionalista (provinciana, pacata, conservadora) y las novedades escandalosas de la cultura francesa del fin de siglo (positivismo, sensualidad, diabolismo, espiritismo y teosofía, lujos y leyendas orientales, adulterio y amor libre: “decadentismo”), introducidas por el periodismo literario y las novedades editoriales importadas de París.
La obra de Nervo es muy vasta y variada, a pesar de su muerte temprana, hacia sus cincuenta años (su angustia ante la Revolución Mexicana y la Primera Guerra Mundial, así como algunos desgastes, enfermedades y desgracias personales parecen envejecerlo desde los cuarenta años: cuesta trabajo aceptar que sus fastidiosos poemas de acedía y resignación a la Nada, sus “muero porque no muero”, sus despedidas del mundo -“¡Vida nada te debo, Vida estamos en paz!”- y sus verbosos desagrados de la carne fueron escritos por un hombre todavía bastante joven), y ofrece argumentos para todo tipo de tesis.
Su conjunto, sin embargo, señala a un autor mucho menos “heroico” (en el sentido de combatir la cultura tradicional) o radical que Darío, Lugones o Tablada, y mucho más preocupado por agradar a su público. Suele ser menos “raro”, menos exótico, menos esteta que otros modernistas; se acerca más a las ideas comunes en su época de la religión, de las buenas costumbres, del patriotismo, de los sentimientos meramente románticos, incluso de las modas: automovilismo, deportes chic, cine mudo, subconsciente, trastornos psíquicos, espiritismo. De hecho, abjuró en su última década incluso de los rasgos estetizantes de su juventud modernista, en busca de un estilo más simple y de un pensamiento más acorde con el de la clase media hispánica. Abjuró de las “extravagancias”, diabolismos y “mallarmeísmos” modernistas (como se ve en muchos de sus ensayos críticos, especialmente en Juana de Asbaje, 1910), y con ello de casi todo su arte literario, en busca de una dudosa “elevación” metafísica expresada en los términos más llanos y fáciles.
Dice bien Manuel Durán en el prólogo regular a su mala selección de Cuentos y crónicas de Amado Nervo (UNAM, 1971): “Nervo escribe, pues, no sólo para los iniciados, sino también para los filisteos”. (“Filisteos” es un anglicismo para “burguesotes”; Nervo los llamaba “emburguesados”.) No lo hizo por mera inmoralidad o venalidad –a pesar de sus enormes éxitos literarios, de sus comisiones periodísticas (financiado por Rafael Reyes Spíndola, de El Imparcial) y educativas (gracias al ministro Justo Sierra, previo acuerdo con Porfirio Díaz) y de sus puestos diplomáticos (con Carranza), ganaba poco y vivió casi en la pobreza-, sino por la ambición de ser un escritor profesional, un escritor con público, y no un anacoreta estético (aunque como tal guste posar en sus poemas).
Esa ambición exige rendir grandes concesiones a los prejuicios y modas del público, como lo vemos en casi cualquier autor “de arrastre” de nuestro siglo. La moralina católica y el pacato, mustio decentismo pequeñoburgués, pesan más en Nervo que en cualquier otro gran escritor mexicano, López Velarde incluido. Hasta en el Nervo más osado hay todo un minucioso reglamento de buenas costumbres, un protocolo del comme il faut. Es también un efusivo adulador de los poderosos y los potentados.
En sus artículos críticos, representa con frecuencia el papel de un malhumorado prefecto conventual que se impacienta y regaña ante cualquier inquietud, cualquier travesura: quiere, por ejemplo, que los gobiernos ¡prohiban oficialmente las zarzuelas, tandas y sketches del “género chico”, porque corrompen las costumbres y el idioma! ¿Quiénes conformaban los gobiernos hispanoamericanos hacia 1910? Casi puros tiranos terribles.
De ahí que haya resultado, especialmente en su poesía, pero también en ciertas narraciones, ensayos y artículos, uno de los autores más populares de su época en toda Hispanoamérica. Y expurgando algunos textos temerarios, por lo general poco divulgados, como los seleccionados por Pacheco en su Antología del modernismo, devino uno de los poetas más “convenientes”, más aprobados por padres de familia, curas y maestros de escuela. (En tal sentido, como el poeta que se portaba muy bien y rezaba con constancia y devoción, salvo deslices perdonables, lo elogia el padre Alfonso Méndez Plancarte en el prólogo a sus Poemas completos). Hasta la fecha, según afirma Luis Miguel Aguilar en su Poesía popular mexicana, representa el autor que mayor cantidad de poemas ha legado a nuestra memoria popular... y a la declamación en ceremonias y medios de comunicación, al estudio en las escuelas primaria y secundaria tanto clericales como oficiales. (Por lo demás, Nervo defendía precisamente ese tipo de poemas como parte esencial de la educación pública, como se ve en los “informes” sobre los sistemas educativos europeos que rendía al ministro Justo Sierra: fue pues ejemplarizante, sermoneador, oratorio y didáctico adrede).
Por ello mismo, al menos desde los años veinte, Nervo empezó a resentir el desprecio de los pequeños sectores más ilustrados y modernos del público, y por supuesto de los nuevos escritores. Chocaban su frecuente chabacanería, sus golpes de pecho frente a unas trenzas de mujer, sus poemas que casi o sin el casi imitaban plegarias u oraciones religiosas, su simplismo expresivo y mental. Sus bodas “blancas” de Baudelaire con Ripalda. (Entre indignado y lastimero, dio acuse de recibo a estos reproches desde 1910, en un párrafo de Juana de Asbaje.)

EL BACHILLER
Siempre se ha sabido, sin embargo, que hay varios Nervo; que tiene textos difíciles e inteligentes, de notables audacias culturales y estéticas. Uno de estos “otros Nervo” es el narrador de muchos cuentos y “novelas”, en realidad relatos largos, como “El bachiller”, “El donador de almas”, “Pascual Aguilera”, etcétera.
Aunque estos cuentos también se dirigen principalmente al gran público (con frecuencia se publicaron en revistas, periódicos y ediciones importantes), y no a minorías muy avanzadas, muestran a un Nervo más complejo, culto y divertido que el de los poemas famosos. Trata de ser libertino, espiritista, diabolista, sarcástico, decadentista y algo “inconveniente”. Todo un mundo sensorial y mental, que se interesa incluso en la ciencia y en la ciencia ficción (una operación quirúrgica concede al paciente la posibilidad de ver el futuro, lo que le echa a perder la vida, en “El sexto sentido”).
“El bachiller”, por ejemplo, narra la aburrida historia del seminarista que se debate entre la castidad y el deseo de mujer, sólo que se resuelve con un final desaforado: el seminarista trata de escapar de su conflicto con el recurso del teólogo Orígenes: la castración. Pero a diferencia de otros modernistas, que encontrarían en la mutilación de los genitales una gran oportunidad para muchas “misas negras” (dirigidas al deleite exclusivo de iniciados, en revistas y libros marginales), Nervo recuerda que está escribiendo para un amplio público asustadizo, y narra elípticamente el hecho. Tenemos al seminarista asaltado por los besos de la mujer deseada:
         “Había caído de sus rodillas, con sus ropas, el cuaderno que leía, y la palabra Orígenes, título del capítulo consabido, se ofreció a un punto de su mirada. Una idea tremenda surgió entonces en su mente... Era la única tabla salvadora... Asunción estrechaba más el amoroso lazo y dejaba su alma en sus besos. El bachiller afirmó, con el puño crispado, la plegadera, y la agitó algunos momentos, exhalando un gemido. Asunción vio correr a torrentes la sangre...”, etcétera.
“El bachiller” fue uno de los primeros escritos famosos de Nervo, y acaso el único que atizó el escándalo público en quien se creería ahora el menos escandaloso de nuestros autores.

AVES DEL PARAÍSO
A caballo pues entre las audacias de la nueva cultura francesa y del más radical modernismo hispanoamericano, por una parte, y la cultura social (parroquial y espesa) de su público, por la otra, Nervo publicó miles de páginas. Es mucho más abundante su prosa que su poesía (de cualquier modo muy voluminosa, especialmente en la última década, cuando dijo que sólo deseaba el silencio). E indudablemente mejor, aunque la memoria popular haya privilegiado durante un siglo una veintena de sus poemas más religiosos, patrióticos o románticos.
Mucho le ayudaron, en México, el canto a los héroes; y en el extranjero, la tragedia lírica de su viudez, como el Orfeo en busca de La amada inmóvil, así como sus pretensiones de filósofo popular, al mismo tiempo católico y budista: buena parte de los poemas de su última década son lecciones simplificadas de filosofía estoica, indostana y cristiana para el lector sencillo que no podía descifrar tratados.
“Mejor” la prosa, porque en relatos y crónicas Nervo se siente más libre y encuentra mejores oportunidades de desarrollar sus preocupaciones e intereses intelectuales y estéticos. No iban a ser necesariamente memorizados por las señoritas de buena sociedad, quienes de cualquier manera se asomarían a ellos, por lo que habría que tenerles cierta consideración, pero limitada. En muchos de sus poemas, en cambio, jamás se apartaba de su vista, en primer plano, el inmenso coro de escolares o señoritas de buena sociedad a punto de memorizar “un nuevo poema de Nervo” para la próxima ceremonia o tertulia. Quizás aspiró también, en su última etapa, a compartir el prestigio de los devocionarios, de los Ejercicios espirituales o La imitación de Cristo de Kempis: escribir poesía de edificación devota. Lo logró durante muchos años.
La verdad es que, a pesar de todo, siempre resulta un escritor excelente. El don de la lengua literaria se le dio con esa naturalidad abundante y precisa, casi biológica, que vemos en Reyes o en Paz. Así como le fluye, límpida y memorable, la versificación, deja correr la prosa con una musicalidad y una exactitud sorprendentes, incluso o sobre todo cuando escribe de prisa y sobre casi nada, en crónicas y artículos. Sencillamente no sabe escribir mal:
“Para escribir un artículo no se necesita más que un asunto: lo demás... es lo de menos. Hay en esto del periodismo mucho de maquinal. Lo más importante es saber bordar en el vacío, esto es, llenar las cuartillas de reglamento con cualquier cosa. El periodista que es hábil en su métier [oficio], de nada, como Dios, hace un mundo de artículos... Prometedme un asunto diario, y en nombre de mi conocimiento del ‘oficio’ os prometo un artículo diario; advirtiendo que no se necesita un gran asunto. Dénmelo ustedes mediano, grande o pequeño, que el artículo saldrá... Desplúmese, por curiosidad, un ave del paraíso, y véase lo que queda. Así, exactamente, son muchos artículos de esos que divierten y aun encantan: aves del paraíso multicolores. Arranquen ustedes las plumas y hallarán... nada entre dos platos”.
Lo dicho: como si nada, al correr de la pluma, “aves del paraíso multicolores”. Tal es la prosa de Nervo, y el placer de su lectura, intenso frente a la página, y luego difícil de explicar o analizar en un comentario crítico. Su gran tema es su gran lenguaje. Y cuando hay que “fusilarse” parcialmente otra obra, lo hace con toda tranquilidad, sin correr el trámite de mencionar la fuente: que el lector enterado disfrute el juego; así, por ejemplo, retoma el fusilamiento trucado de Tosca, y con título y todo “La novia de Corintio” de Goethe. Hay muchos préstamos de Verne y Wells en sus incursiones de ciencia ficción aplicadas a la conciencia humana, a los viajes en el tiempo, a la inmortalidad, a existencias o personalidades múltiples o paralelas.
Resulta uno de los prosistas de su tiempo que menos ha envejecido, acaso por esa inestable distancia hacia el lenguaje preciosista del modernismo, por esa relativa fidelidad al habla común del público (como publicaba mucho en España, su prosa se llenó de españolismos, como los “magüer” o los “la habló, la dijo”); por su deseo de claridad y de amenidad: por su compromiso parcial con el público “filisteo”, que le impidió las extravagancias estetizantes del modernismo que muy pronto pasaron de moda. No suena hoy tan fechado como el Azul de Rubén Darío o La guerra gaucha de Lugones.
Como estos autores, sin embargo, influyó más en el verso que en la prosa por su extraordinario oído para el metro y su empeño y su facilidad para reciclar y combinar todos los metros conocidos en la versificación española y algunos de otras lenguas romances; tanto más si se considera que fue el modernismo hispanoamericano el último momento en que la poesía castellana otorgó prioridad a la música: al metro, al ritmo y a la rima, disciplinas en que Nervo resultó un artífice prodigioso. Después de él, el culto de la-metáfora-por-la-metáfora-misma tiranizó la poesía, como se observa ya en sus sucesores inmediatos: Ramón López Velarde y Alfonso Reyes. Lo mejor de  Nervo era la suntuosidad sonora; de ahí la pobreza de los poemas últimos en que se despojó de la artesanía del metro.
Su periodismo –“aves del paraíso, fuegos fatuos”- es aun mejor, a ratos, que la prosa de los cuentos, y revela al hombre cultísimo (Zola, Mallarmé, Wagner, Nietzsche, William James, Bergson, D’Annunzio, Maeterlinck, Francis Jammes, H. G. Wells, incluso Picasso y Eldgar) que intenta esconder en la mayor parte de su poesía “simple”.
El prosista formidable, hoy en día sólo para iniciados, es uno de los “otros Nervo” que el lector puede encontrar en las Obras completas, Ed. de Francisco González Guerrero y Alfonso Méndez Plancarte, con sendos ensayos preliminares (Editorial Aguilar). (Entre los estudios de su obra está el clásico de Alfonso Reyes: Tránsito de Amado Nervo, en sus Obras completas, Fondo de Cultura Económica; y la revisión académica de Manuel Durán: Genio y figura de Amado Nervo, Buenos Aires, Eudeba, 1968).

EL DONADOR DE ALMAS
“El donador de almas” figura como uno de sus relatos más risueños. Entreveo en esta broma astrológica y hasta cabalística la sonrisa “zumbona” de Anatole France (que se delata aún más claramente en “El ángel caído”). Es uno de los varios relatos espiritistas, que incluso podríamos llamar fantásticos, erigiendo así a Nervo en un caso raro dentro de una literatura, como la mexicana, tan sometida al realismo.
Un hombre, médico de profesión, se enamora del alma de una mujer. La mujer está físicamente recluida en un convento, pero cae dormida y su alma escapa y va a enamorarlo. El hombre la entretiene un día demasiado, de modo que el cuerpo de la recluida muere en el convento, y queda el alma flotando en el espacio, urgida de otro cuerpo en qué sustentarse, o se desvanecerá sin remedio. No hay cuerpo a la vista donde alojar al alma amada y desesperada. El hombre le ofrece entonces la mitad de su cerebro.
¡Por fin se consuma el Arquetipo! El Andrógino platónico, el Hermafrodita original, el hombre-mujer, la pareja en una sola entidad, la unión perfecta. Pero empiezan a aparecer ciertos inconvenientes: por ejemplo, la tentación de realizar físicamente ese amor, pero en un solo cuerpo. El “místico” Amado Nervo se encuentra en el brete de narrar estas “dos almas en un solo cuerpo”, que se regodean en la vulgar e innombrable masturbación. Habrá que contarlo todo con prudencia y elipsis.  A Nervo nunca le falta ingenio:
         “No hay manera de expresar el contentamiento y deleite de los dos hemisferios del cerebro del doctor. ¡Se amaban! ¡Y de qué suerte! ¡Como a nadie que no sea Dios le ha sido dado amarse en toda la extensión de los tiempos y en toda la infinidad del Universo mundo! ¡El doctor era, en efecto, como un dios! ¡Se amaba de amor a sí mismo! [...] Cierto, algunas veces, tales y cuales miserias fisiológicas ruborizaban al doctor por ministerio de su semicerebro”.

NARRACIONES Y POEMAS EN PROSA
El Nervo narrador gravita en torno a Maupassant (v. gr. el adulterio como surtidor de diversiones, en “Una mentira”), a Anatole France, y hasta, por desgracia, a Paul Bourget (la manía de “psicologizar” a sus personajes, mediante meros juegos de palabras, algo pedantescos).
Pero es un conversador fascinante y humorístico. No se adivina tal vocación por la travesura, los juegos impropios, las ironías libertinas en sus “tan sentidos” poemas. Por ello gana en los relatos largos. Cuenta incluso con relatos históricos: “Mencía”, en ciertas ediciones titulado “El sueño”, que es al mismo tiempo un juego calderoniano sobre el trueque de sueño y realidad, un viaje al pasado o desde el Toledo del Greco y Felipe II al siglo XX, y un alarde de erudición y virtuosismo en filología y cultura hispánicas; con curiosas invenciones de algún Mefistófeles dedicado al bien como “acto gratuito” (“El diablo desinteresado”); con apologías del peligro como “El diamante de la inquietud”, donde se postula que toda la dicha humana reside en su precariedad: el goce seguro y durable no constituye felicidad alguna, sino ennui, spleen; y extrañas incursiones en los terrenos de la personalidad o conciencia doble o múltiple (“Amnesia”).
En los relatos largos, que llama novelas pero que son cuentos que el lector alcanza cómodamente a disfrutar de una sola sentada, puede permitirse todo tipo de ires y venires verbales; y se desvanece un tanto en los cortos (Cuentos misteriosos, así como “poemas en prosa” dispersos en varios títulos misceláneos), más restringidos a la viñeta simbólica o fabulesca, más próximos a sus poemas, o las parábolas de un Nietzsche, de un Tagore, de un Gibrán Jalil Gibrán, de Pierre Louys, o del Gide de Los alimentos terrestres, con sus aires de profundidad a ratos dudosa mediante enigmas preciosistas.
“Prosas poemáticas”, dirían los académicos cursis. Son las que Manuel Durán, pasándose de listo, privilegia en su fastidiosa “antología” de Cuentos y crónicas de Nervo, que parece compuesta adrede para ahuyentar a los lectores. Error: Nervo es mejor narrador cuando poetiza menos: cuando construye anécdotas y crea personajes enteros, y trama, describe y bromea sobre material menos lírico o simbólico. Como en tantos simbolistas y surrealistas, también en él la “prosa poética” se antoja a ratos una forma pretenciosa de la charlatanería espiritualoide. Also sprach Nervo. (“Metafisiqueos” la llamaba él mismo.) Y por lo demás, no la necesita en cuanto narrador: sabe contar muy bien una historia propiamente dicha, y tiene una decena de relatos largos excelentes. Queden las parábolas y viñetas simbólicas para su poesía “espiritual y profunda”.
De cualquier modo, en todos sus textos narrativos, como en sus artículos y crónicas, fluye numeroso y feliz el genio de la lengua, como no se había visto antes en la literatura mexicana, salvo Gutiérrez Nájera.

PASCUAL AGUILERA
“Pascual Aguilera” me parece el relato más logrado. Sus escenas rancheras asombran por su facilidad. Retratos al natural precisos y rápidos. Se acercan al ideal, tan buscado en el siglo XIX, de narrar como idilio la vida de un rancho o de una hacienda. Aquí se permite Nervo dos momentos escabrosos.
Ha muerto el hacendado, dejando como herederos a un muchacho de incontrolable lujuria y a la viuda devota, aún joven, su madrastra. Como un anticipo de Allá en el Rancho Grande, el chamaco hacendado trata de arrancarle la primicia a una preciosa ranchera que está a punto de casarse con un trabajador de la hacienda. La muchacha se defiende y salva su honor, pero luego, recordando los forcejeos furiosos del fallido violador, conoce a solas su primer orgasmo, en plenas vísperas de su boda:
         “Refugio volvió a la cama y se echó en ella sollozando. Diría todo a Santiago [su novio]... Pero no se lo dijo. ¿La hubiera él creído ilesa? Ya libre de todo riesgo, sola ya, su carne se rebeló empero de un modo extraño, y el recuerdo de la brutal audacia que estuvo a punto de hacerla víctima, fue un excitante poderoso. Si en aquellos momentos hubiera vuelto Pascual, habríala poseído. Sus deseos indefinidos de virgen tumultuaban por el brusco sacudimiento despertados... Las repugnancias que Pascual le inspiraba desaparecían. Continuaría odiándole mañana, mas ahora le deseaba; revolcábase en el húmedo lecho, dolorida y anhelosa, paseando por su cuerpo las manos temblorosas con suaves e inconscientes caricias. Y aquella noche Refugio tuvo la primera revelación del amor...”
         El novio de la chica era un ranchero fornido, guapote, casi Tito Guízar. No había modo de enfrentarlo físicamente. La viuda virtuosa, además, se interponía como la fiel protectora de Refugio. Pascual Aguilera debió asistir, impotente y pálido, a toda la boda ranchera, minuciosa y magníficamente narrada, con platillos regionales, jaripeos y jineteadas, jarabes y zapateados.
Pero en la noche, desde su ventana, Pascual divisó la cabaña semialumbrada donde se consumaba la boda; y fuera de sí, rabioso de lujuria y despecho, loco y ciego, asaltó a la única mujer a la mano: la viuda virtuosa, su madrastra. No le quedó a Nervo otro recurso, después de este arrebato, que matar al lujurioso, quien sucumbió en cuanto consumó sus furias nada menos que por toda “una hemorragia cerebral con inundación ventricular, ocasionada por alguna intensa conmoción fisiológica debida a la histeria mental”, y dejar a la viuda llorando a mares en el confesionario.
         Probablemente Amado Nervo jamás escapará de los emblemas, tan simplotes y tan queridos, de la veintena de poemas popularísimos que toda Hispanoamérica ha memorizado y declamado durante un siglo. Pero en sus gruesas Obras completas nos aguardan los “otros Nervo”, sorpresivos y estimulantes. Menos devotos y sermoneadores. Menos recitadores de Kempis. Con menor turismo teosófico. Menos cerradores de ojos ante la vida por “miedo de amar con locura, de abrir mis heridas que suelen sangrar”. Menos llorón o azucarado y más capaz de sonrisas y hasta de carcajadas mefistofélicas. Mucho más complejo y terrenal. En su prosa no aparece tanto ese “melancólico caballero del Greco”, como pretendía definirlo Tablada, sino un jocundo aventurero de muchas vidas.
Se alza, sin duda, como uno de los autores más dotados de toda nuestra historia literaria. Acaso ya sea tiempo de que la opinión culta le levante el castigo o el ninguneo con que se le ha cobrado su desmesurado, ciertamente abusivo, éxito popular. Pocas veces la lengua castellana se ha visto más rica y feliz en México que en los variados escritos, desde luego siempre sujetos a polémicas parciales, de Amado Nervo.


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