sábado, 1 de octubre de 2016

CARTAS DE UNA CHICA TECHNO A “EL GALLO PITAGÓRICO”

CARTAS DE UNA CHICA TECHNO A “EL GALLO PITAGÓRICO
por José Joaquín Blanco


                            “GALLO.- ¡Pardiez!”
                                               (De cierta traducción española de El                                                             gallo de Luciano de Samosata).
                            “GALLO.- ¡Sí, conozco a ese chato, chaparro!”
                                               (De cierta traducción mexicana de El                                                            gallo de Luciano de Samosata).  

I
Estaba una chica techno —traje negro, piercing en argollitas y yugos por nariz, labios y párpados,maquillada con negros, verdes y violetas; el pelo aborrascado en pajar y embadurnado de aceite para dar sensación de suciedad laboriosa— haciendo larga, infinita cola en un antro de rock de moda.
         Aunque papá podía pagarle universidad privada, la naturaleza no había cooperado demasiado y había crecido chaparrita, morenita y menudita como tradicional estudiante de sociología de la UNAM. Para acabarla de amolar usaba lentes y brackets.
         El cancerbero del bar sólo dejaba entrar inmediatamente a las guapísimas y a los tipazos, y hasta mucho después de la una de la madrugada, cuando el local ya estaba a reventar, y las dos o tres “estrellas” de la noche habían partido, se permitiría conmoverse, por democracia, ante unos cuantos aspirantes poco ligables, pues a un buen antro lo califica el aguayón de primera de su clientela, y no las patitas de pollo de subdesarrolladas aspirantes a dueñas de la noche. Pero que no se dijera que no entraban por ahí ningún chaparro(a) ni feo(a). Dos que tres “étnicos” y ya a punto de cerrar.
         Nuestra chica techno estaba furiosa. Era feminista y en cualquier lado habría armado toda una profesión clamorosa de sus derechos femeninos, civiles  y humanos, pero no frente al cancerbero de un antro de moda. Una reclama todos y cada uno de sus derechos frente al gobierno, frente a papá, frente a los novios mandilones, no frente a un guarura de un antrazo. A ése se le respeta. Sobre todo lo respetan invariablemente las feministas y los demócratas.
         Por lo demás, esas quejas revelarían lo que ella más intentaba esconder: aunque de universidad privada, había resultado toda una intelectual. Y hacía sus tareas. Y solía sacar diez. Y se había resignado, mientras esperaba, a imaginar su próxima monografía para la clase de historia sobre Juan Bautista Morales, “El Gallo Pitagórico” (1788-1856). De hecho, le importaba más la monografía que el antro donde la ninguneaban; insistía en ir por orgullo, por no resignarse a que le atropellaran sus derechos.
         De modo que le susurraba a su mínima grabadora portátil, escondida en su chamarra de cuero, tupida de estoperoles, como si estuviera cantando o hasta “componiendo” —desde que se inventaron las grabadoras de bolsillo proliferaron los cantautores— la siguiente misiva:

Pinche Gallo:
Lo primero que puedo decirte es que eres un plagio de Borges y un argentinismo. Ya sé que Borges nació más de un siglo después que Juan Bautista Morales, pero al fin y al cabo dizque eres Pitágoras y entre tus mañas bien puede estar la de brincarte los tiempos convencionales.
         ¿A quién se le ocurre que el alma de Pitágoras, indignada de andar reencarnado en ingleses, franceses o norteamericanos, vino ¡a México!, donde encontró más digno reencarnar ¡en un gallo! que en militares, jueces, médicos, abogados, clérigos, periodistas, comerciantes, cotorronas, diputados, etcétera?
         Eso es un cuento del tipo de “fui un poeta llamado Homero, un soldado en Ecbatana, un cónsul romano, un mendigo judío que asistió a la crucifixión del Nazareno, un monje de la Tebaida, un cruzado, un conquistador de América, un historiador barroco de ese conquistador de América”, etcétera.
         ¿Y por qué, Pitágoras, la arrogancia nacionalista de escoger México? Borges inventó que había una esferita donde cabía todo el universo, incluyendo otra esferita donde cabía también aquélla, y muchas más donde, como en cajas chinas, cabrían ésta y las sucesivas... ¿Pero dónde estaba la tal esfera, El Aleph? ¡Pues en Buenos Aires, dónde más! Ni modo que en las insignificantes ciudades de Londres, Nueva York, París o Roma. ¡Qué arrogancia argentinista! Hasta suena a ese chiste sobre que la mayor prueba de la humildad de Cristo fue la de ir a nacer en Belén, pudiendo nacer en Buenos Aires... ¿A quién se le ocurre que Pitágoras vendría a reencarnar en un gallo en México, y precisamente junto al apestoso, pero folklórico, Canal de la Viga?
         Sea. Eres Pitágoras y estás dentro de un gallo mexicano, trigarante, diciendo puras pestes sobre el México postindependentista. Poco fustigas a tu nuevo supuesto pueblo y a tu nuevo supuesto tiempo, pues lo mismo se ha leído en Juvenal y en Quevedo y en Molière y en cuanto satírico clásico contengan los libros de texto; abusas del Quijote, de los refranes y de fray Gerundio. Un asco, Gallo. Y eso para no salir con la obviedad de que calcas a Luciano de Samosata en cierta traducción gerundiana de un tal Maldonado,  aghhh!
         Tampoco pudiste asombrar mucho a tus pretendidos contemporáneos, pues lo que escribiste ya estaba demasiado escrito —¡cómo se repetía ese hombre, por Dios!— en las obras de Lizardi, el Pensador Mexicano, quien no tuvo que andarse improvisando como Pitágoras para fastidiar con quejidos de pobre a los burócratas corruptos y militares correlones. Ni la armó tanto de tos por una temporada en el infierno de la cárcel. ¡Con ese tema, Gallo, hasta te pusiste a cantar la ópera! ¡Qué pancho!
         Por cierto, ¿por qué Pitágoras? ¡Nomás por la reencarnación! Leíste mal a Quevedo, pinche Gallo: Pitágoras, según el Petit Larousse, algo intuyó de matemáticas, de música y de metafísica, pero no de ética social. Si querías regañar a la gente por sus costumbres te equivocaste de griego: te correspondían mejor Epicteto, Diógenes, Antístenes o de perdida Platoncito.
         Pero antes de que te hagan mal mole poblano (los falócratas gallos sirven menos en la cocina que sus explotadas, hostigadas y abusadas gallinas), quiero decirte que en realidad nomás eras un bilioso, y que usaste de cualquier pretexto para escupir tu amargura.
         ¿Tan mal te fue en la vida? Ya eso de escoger reencarnar en gallo de la Viga y no en faisán o pavorreal de algún palacio europeo u oriental deja mucho que sospechar. Ora sí que ni Dolores del Río en Las abandonadas quiso ser gallo ni gallina del canal de la Viga; putita y luego mendiga del centro, nomás.
         Aunque luego quieras convertirlos en ratones o en hormigas, eso de crear toda una República de Gallos suena algo quiquiriqueante. Que Santa Anna, el Coq-à-clef: Cola de Plata; que la empleomanía y las revoluciones, los congresos y las constituciones. Que te entiendan tus contemporáneos, querido.
         Para ser un simple gallo resultaste demasiado políglota (los romanos, Tasso, Metastasio) y operómano. ¿De veras pretendes que me ponga a entender cada una de todas las arias de todas las óperas que mencionas y citas (y que desde luego no alcanzaste a escuchar en Mexiquito: pura lectura de papel pautado), para descubrir después qué demonios estabas queriendo decir con tanta cita? 
         ¿Tanto gorgorito para que un Presidente de la República nomás se escape con el erario?
         Los clásicos no son negocio. Toda la semana con tu pinche libro para ¿qué?  Desplúmate,
                                                                  Ana María (la Wendy)

II
La techno Wendy miró con rabia, con bilis gallopitagórica, al cancerbero del antro, un razota de bronce fisico-constructivista lleno de teléfonos celulares, walkie-talkies, bipers y ganas de romperle la cara a cuanto güerito pretencioso pero suplicante de la Alta Clase Media se le pusiera al brinco, mucho más a los “étnicos” pero billetudos, probablemente enriquecidos mediante secuestros o cadenas de tortillerías, y que se querían colar como primermundistas... Pero de pronto: ¡Ya estaba dejando pasar flacas y chaparritas, hasta a algunas que estaban formadas detrás de ella! ¡Habría que sobornarlo otra vez!
         Wendy y sus dos amigas, ataviadas con la misma tijera, habían jurado ya no sobornar más a los cancerberos. Por dignidad. O en todo caso, esperar al último momento, cuando los cancerberos de los antros aceptaban sobornos módicos. Por economía.
         Continuó preparando su tarea nuestra erudita chica techno: su mamá, de la generación hippie, también hacía sus tareas, sacaba diez (pero en la UNAM, que ahora se cotizan a 3 en el ITAM, ¡y sobre Martha Harnecker!), y llevaba su morral atiborrado de todo tipo de libros, lo mismo el tarot, el Manifiesto comunista y El origen de la vida. También era menudita y morenita, por lo que le sentaban bien los vestidos amplios y decorados, la mata esponjada y las sandalias con plataformón: en aquellos dorados años verse muy “étnica” era estar in.

Pinche Gallo:
Haces decir a tu Erasmo: “Te responderé á lo Sancho Panza: Ande yo caliente, y ríase la gente”.¿Qué tiene qué ver aquí Góngora con Sancho? Ya confirmé tu pifia con la maestra de Españolas. Húndete. 
         Y de plano, jurisprudente señor Morales, alias Gallo: ¿no que el Partido Liberal apoyaba la superación y las libertades de la mujer? Ninguna monja oscurantista de los siglos pasados se habría atrevido a evacuar tanta sandez misógina como la caca de gallo que usted arroja lo mismo sobre muchachitas y viejas, casadas y solteras. Luego luego se nota que resultan más misóginos quienes, como los gallos, no tienen valor ni chiste propios, sino el de vivir de sus gallinas, digo mujeres.
                                                        Ana María (la Wendy)

III
Y techno Wendy aprovechó el brillo indignado de sus ojos para escarmentar al guarura de la puerta: en vano. Ya casi no dejaba entrar a nadie. “¡Está lleno, tienen que esperar a que salga más gente!” “¡Llevamos cuatro horas aquí!” “¡Todo lo que hay que sufrir por entrar a un lugar de verdadero ambiente”, dijo una de sus compañeras. “¡Mejor vámonos a la chingada, a otra parte!”, propuso Wendy. “¿Estás looooocaaaa?”, exclamó la fila entera: “¡Adonde hay que estar es aquí!”
         Wendy se ruborizó tanto como si la hubieran descubierto haciendo mentalmente la tarea. Siguió como autista, bisbiseando en su minigrabadora portátil, como teléfono celular:

Pinche Gallo:
Y no te me andes carcajeando de verme aquí molida y aterida por las simples ganas de conocer y, chance, ligar, un chico cool, porque el resto de la patria está pletórico de machines antediluvianos nalgasmeadas. Ni sigas con tu cantaleta de poetas latinos de que todo pasado fue mejor. Se ligaba peor en tus gallináceos tiempos. (Transcribir los ligues de paseos en burro, en coche, en trajineras).

Transcripción (cortesía del E., ortografía de la edición original):
“Otras ocasiones, observando la táctica filantrópica, efecto del progreso de las luces del siglo, no se baten los ejércitos [de enamorados] dentro de la capital, sino en los campos de Tacubaya, San Ángel, Talpam, Churubusco, Miscoac, &c., en donde los lomos de los burros forman el teatro de la guerra. Un paseo en burros es oro en polvo para los enamorados. ¡Cuántas oportunidades para el ataque no presenta! Que se espantó el burro, que no quiere andar, que tropezó: ¡Ay! ay! ¡Que se resbala Conchita! Señores, por Dios, ¡que se resbala! —Buen susto hemos llevado. Si no llega Pachito tan á tiempo se hace pedazos la cara Conchita contra las piedras.— Todavía no vuelve en su color.— Pachito, a ver si hay en uno de esos jacales un vaso de agua.— Aquí está.—  Bébela, mi alma.— ¿Se te pasó el susto?... En la Viga y en sus islas adyacentes, Santanita, Jamaica, Ixtacalco, &c. Se embarcan en el puente del embarcadero á las cuatro de la tarde: los músicos ocupan la popa del barco, Conchita y las demás niñas en medio: Pachito está muy disimulado allá lejos: se despliegan las velas y comienza la navegación: llegan a Ixtacalco: Pachito, á fuer de caballero cortés y comedido, salta el primero á tierra para dar la mano á las señoras: llega su turno a Conchita ¡qué resbaloso está el suelo! ¡ay! ¡que me caigo! Por poco va á dar al agua: si Pachito no la saca de la canoa casi en brazos, se ahoga infaliblemente; pero ya pasó el susto... A embarcar.— Cuidado, niña, no te vuelvas a caer.- Si ya sabe V. mamá que soy muy inútil para brincar.— Dicho y hecho.— Allá va el resbalón... Siéntase Conchita junto a Pachito...” Etcétera.

Nota de Wendy: “Agggh”.

Momentos más tarde:

Pinche Gallo:
En cuanto desapareces, tu confidente Erasmo Luján se vuelve más loco. De seguro, el pobre jamás se había trepado a un globo, ni había intentado el alpinismo, pues cree que desde las alturas del Popocatépetl se ve todo el mapa de México, con sus divisiones políticas trazadas con crayón, como un mapa. ¡Qué ganas de chillar había en 1843, eh! Todo el tesoro mexicano, esa nación surgida para superar y deslumbrar a todas las demás del orbe, andaba desgarrada en hambre y matazones. No quedaba ni un alfiler de siglos de riqueza minera.
         Ok. Ok. También Alamán lloraba a moco tendido —ya me tragué el ricino de esa tarea el semestre pasado—, sobre todo cuando se trataba de hacer sumas y restas de la riqueza nacional y la deuda externa. En lo que no se mide tu anagrama, Erasmo Luján, es en sus recursos de ciencia ficción. ¡Alabemos a la humanidad que no conocía a Poe, a Verne ni a Wells!
         Erasmo Luján no inventa máquinas del tiempo ni del espacio, alephs ni microscopios, ¡ni siquiera un globo aerostático! De plano un huevón. Se atiene a lo de siempre, en cuestión de vuelos. Simplemente llama al dios Mercurio, para que lo trepe a las alturas de los cielos, donde previamente ha convocado a todos los dioses grecorromanos (que resultan desde luego los mismitos que los aztecas pero con otros nombres, por fortuna menos complicados), y empieza el juicio tremendista contra el país que los propios mexicanos han deshecho por completo entre 1808 y 1843. ¿Te dolió la Guerra de Texas, eh, Gallo?
         Aquí superas (Erasmo o tú, da lo mismo) en blablablismo y confusión al mismo Lizardi: lo único que queda claro es que se trataba de una nación de pendejos.
         ¿Cómo voy a escribir mi tarea sobre un rollo de los dioses en el cielo en el que no se explica juiciosamente, con un argumento sólido, ni un ribete de tanto desbarajuste? ¡Nomás los acumulas! Que el de acá robó al de allá, quien mató al de la derecha cuando ahorcaba al de enfrente; suegro a su vez de quien prendió fuego a toda la hacienda... ¿Tanto Pitágoras para eso, Gallo? ¡Y más gorgoritos de ópera!
                                                        Ana María (la Wendy)


IV
Por fin, cuando ya han salido los bellos y famosos, ingresan al antro los (las) morenos(as) y menuditos(as) a raspar la cazuela de la noche. La hora de los “étnicos”.
         La chica techno tiene alma de mártir, de santa: como una nueva Santa Teresa, olvida sus piernas molidas de cuatro horas de espera y le entra al bailongo... con una de sus compañeras de la larga cola. Los príncipes han desaparecido por completo, salvo algunos derrumbados en las sillas o en la barra, a punto de vomitar de un solo hipo la noche entera. Ni galanes ni sapos: todos espantables o más que borrachos.
         Wendy sintió que se le había podrido tanto su parranda que bien podía endosársela al Gallo Pitagórico, de quien se refiere textualmente este diálogo:

“Erasmo.- ¿Qué es esto, Gallo mío? ¿De dónde vas saliendo tan desplumado, tan flaco, que parece que te han chupado las brujas?
Gallo.- No me han chupado las brujas, pero me han arañado los zopilotes...”



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